Una wisteria enmarca el porche. A la derecha, el rincón español poblado de geranios destaca sobre una pared pintada de blanco. Veo el manzano al fondo, a través de la infinita variedad de colores que emergen de la profusión de plantas y flores… Los últimos rayos del sol iluminan teatralmente el macizo de tiestos sobre la plataforma empedrada. Cierro los ojos y escucho el último piar de los pájaros.
Una imagen aparece en mi pensamiento: un cuadro de Silvia Gleisner. Recuerdo que tengo pendiente un comentario sobre su obra y creo que es un buen momento para iniciarlo. Mi cuñado me ofrece un té que acepto encantada y yo voy por lápiz y papel para escribir en el porche.

Según sus propias palabras, Silvia Gleisner creció rodeada de campo, de agua y de un cielo multifacético, cualidades que caracterizan el sur de Chile y que marcaron un referente estético en su obra pictórica.
Dice Silvia que la figura humana no constituye el eje de su trabajo. Sin embargo en sus paisajes, las casas, los árboles y los montes poseen una marcada personalidad, casi podría decirse que humanizada.

Las casas de tinte multicolor se sustentan sobre finas estacas y adoptan un aire de árbol orgulloso. Cuando no es así, sus bases aparecen recortadas sobre animados suelos campestres, dando la sensación de haber emergido de la propia tierra.
Iluminadas por luces que demarcan las aristas, adquieren un sutil efecto geométrico. Luces de luna llena o de pleno sol, que se me antojan inspiradas en la pintura gótica que tanto admiro.

Tierras coloradas, ocres, azules, verdes y negras, árboles rotundos y esquemáticos, casas misteriosas de geometría inacabada. Paisajes transcritos desde el alma mediante elementos mágicamente enlazados y vigorosamente modelados sobre la superficie del cuadro. La textura de las pinceladas es lisa, recurso plástico utilizado por muchos pintores surrealistas para simbolizar espacios oníricos.
Los paisajes de Silvia Gleisner muestran un profundo deseo de conectar con la infancia, cuando lo percibido adquiere tintes de esencia. Son imágenes eidéticas, visualizadas en la memoria, con los ojos cerrados y la voluntad dormida. Imágenes que un artista capta en décimas de segundo o pierde para siempre.

Silvia, ha anochecido y hace frío bajo el porche. Termino mi comentario sobre tu obra y entro al calor de la casa, que en estos momentos proyecta la misma luz cálida de tus ventanas, y la misma humanidad que tus lugares habitados.
Podéis ver más obras de Silvia Gleisner en http://gleisner.artelista.com/ y en la página web de la Galería Montecatini, http://www.montecatini.cl/index.php
galeriadearte@montecatini.cl